martes, 10 de mayo de 2016

No entiendo la razón por la que todo el mundo siente la necesidad de decirte "no estés mal", "sonríe", "sé feliz". Como si ser feliz todos los días, a todas horas fuese algo normal, o simplemente natural. Somos humanos, ¿se te había olvidado? Todos reímos, sí, pero lloramos, sentimos dolor y echamos de menos. A veces demasiado.
Hacía mucho que no me ponía delante de mi cuaderno con mi bolígrafo negro, el de escribir mis pensamientos. Realmente hacía muchísimo tiempo que no lo hacía. Y ha sido extraño. He sentido cómo volvía a abrir heridas que creía cerradas. Y aunque normalmente no escribo así, voy a hacer una excepción:

Hay recuerdos que no se borran. Hay que aceptarlo. Y no se van a borrar, no. Podemos taparlos con mil tiritas de normalidad, con sonrisas en las fotos, por supuesto. Pero, ¿qué pasa cuando nos miramos al espejo? ¿Qué vemos? ¿Vemos lo que un día quisimos ser? Siempre quisimos una vida de ensueño, pero nos hemos encontrado con un camino lleno de piedras y altibajos. Un camino duro y en muchas ocasiones solitario, pero es un camino y todos ellos tienen un fin. Al mirar al espejo, no espero ver una sonrisa permanente ni la mejor ropa ni el mejor cuerpo, espero ver una persona, una persona real. Una persona que ríe y llora, que sueña y tiene pesadillas, una persona con virtudes y defectos. Una persona que solo quiere mejorar, aprender de los demás y poder aportarles algo positivo. Quiero ser esa clase de persona que analiza su alma y ve sus heridas aún abiertas, casi cerradas o sus cicatrices y piensa "mira lo que has sufrido, y aquí estás, aquí sigues". Quiero ser esa clase de persona que afronta sus miedos, que disfruta de los buenos momentos y que aprende de los malos. Quiero ser como YO quiera.

Y si hay que llorar, lloraremos. Si hay que sonreír, sonreiremos. Pero ante todo, seremos felices con nuestras cicatrices.