lunes, 26 de diciembre de 2011

Y de repente... Ocurre.


¿Qué es ser feliz? ¿Qué se siente? Buena pregunta. Mucha gente respondería que ser feliz es gozar de una buena salud, mantener una buena relación con tu familia y amigos y tener una situación económica favorable. Esas personas, a la segunda pregunta responderían que te sientes bien, realizado, a gusto contigo mismo. Falsos. Materialistas. O eso piensa ella… Para ella esas preguntas tienen respuestas muy diferentes. Ella es una chica normal de instituto, no tiene una buena relación con sus padres y con el resto de su familia no mantiene contacto. Está acostumbrada a los gritos matutinos de su madre, a las constantes discusiones con su padre. Por otro lado… Amigos. Ya no recordaba qué era tener un amigo, qué se sentía. Su situación económica se basa en el poco dinero que podía ahorra por hacer recados a sus vecinos. Todos sus ahorros estaban en una caja escondida en el fondo de su armario en su habitación. Para emergencias, decía. Realmente ahorraba porque deseaba emanciparse  y olvidar su vida. Toda su vida. Bueno, en realidad toda no. Toda menos a él. ÉL. No sabía su nombre. Jamás nadie se lo había presentado o le había dicho cómo se llamaba. Pero ella cada mañana madrugaba para coger el metro que él cogía. Sabía el vagón, el asiento que solía utilizar. Sabía que le gustaba llevar sus Vans los martes, que le gustaba leer libros “de niñas” (como 3msc), que tenía una manía horrible con comprobar cada poco tiempo que su flequillo estaba bien, y que escuchaban el mismo tipo de música. Toda esta información le ha costado conseguirla. Madrugones cada día y paciencia, mucha paciencia. Se pasaba los viajes mirándole, disimuladamente. No quería que supiera que estaba ahí por él. Aunque no sabía de qué se preocupaba. Probablemente él ni se haya fijado en ella.

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Se levantaba. Comprobaba su flequillo. Todo bien. Iba al salón, le esperaba el desayuno. Cada mañana la chica que trabaja en su casa le tenía preparada cualquier delicia, todas de su agrado. Después de termina de comer, volvía a su habitación, se cambiaba y cogía su mochila. Buscaba. Su abono está ahí, todo perfecto. Miraba su reloj. Era hora de salir hacia el metro. No podía perder el que cogía siempre. Y mucho menos ahora que iba con ella. Ella. Anhelaba saber su nombre. A veces jugaba a ponerle nombre, pensando cuál le venía mejor a esa carita aniñada que de vez cuando le miraba, pero cuando se daba cuenta de que él la miraba también, apartaba sus ojos tímidamente. Aunque a veces sus miradas se cruzaban, dudaba de que ella quisiera conocerle. Pensaba que para ella sería una especie de juego, nada más.

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Pero entonces ocurrió. Todo cambió. Esa mañana fue el comienzo de algo. Algo grande. Cuando ella entraba, él ya estaba sentado en su sitio de siempre. Pero ese día había algo especial. Un sitio libre. A su lado. Ella se armó de valor y se sentó. Es lo más cerca que había estado nunca de él. Podía respirar su olor. Era dulce, le encantaba. La transportaba a otro mundo. De repente una voz: “Me llamo Lucas”. “¿Qué?”. Se sentía estúpida, no le había escuchado. “Que me llamo Lucas, ¿y tú?”. “Carlota”. Y sonrió. Y él disfrutó de esa sonrisa como de ninguna otra. Podría quedarse viéndola sonreir toda la vida. Empezaron a hablar. Cada día un poco más. Se iban conociendo. Se querían, pero ninguno se atrevía a dar el paso. Hasta ese día. Lucas la cogió de la mano. Carlota le miró tímidamente. Se acercaron y no pudieron evitar lo inevitable. Se besaron. Y fue maravilloso. Se sentían como en las nubes. Y empezaron a dejarse llevar. “Mierda”-Lucas-“me he pasado de parada”. Carlota se sintió culpable y bajó la cabeza. Él la cogió de la barbilla y le alzó la mirada hasta que se cruzó con la suya. “Te quiero”. Y ella sonrío. Y juró no cansarse nunca de escuchar aquello. ¿Qué es ser feliz? ¿Qué se siente? Gran respuesta. Para ellos, ser feliz es simple. Ser feliz es poder ver sus ojos cada día, conseguir sonrisas, besos, abrazos… El metro. El tacto de sus manos unidas. Porque sienten algo grande, felicidad. Y no sabrían cómo explicarlo. Felicidad es levantarte con una sonrisa sabiendo que vas a ver a esa persona. Felicidad es reir sin razón, solo recordando tonterías hechas juntos. Felicidad es él. Felicidad es ella. Felicidad es ese ellos, que es un nosotros.

lunes, 19 de diciembre de 2011

This is war.


Terminé el recorrido sudoroso, casi sin respiración. Miré a mi alrededor. Era verdad. El movimiento que me rodeaba hacía ver que, el rumor de que la guerra empezaría pronto era trágicamente cierto. Mis compañeros, soldados como yo, transportaban armas, algunas que yo conocía y otras que jamás había visto; grandes, pequeñas, automáticas, semiautomáticas. Muchos tanques se movían en todas direcciones, muchos gritos ordenando más velocidad, mucha gente indecisa, mirando con incredulidad el jaleo que había en el cuartel hoy.

Yo era consciente de que habíamos sido entrenados para defender nuestro país, para sobrevivir en situaciones climáticas nefastas, pero sobre todo a fingir seguridad durante la batalla. Porque, miembro del ejército como era, he de admitir que el saber que la guerra era algo imparable hacía que estuviera siempre nervioso, en tensión, como esperando el momento en que mi vida terminara.

El sol cayó y nos mandaron a las tiendas a dormir. Ocho simples horas donde mi cabeza no paraba de dar vueltas de una idea a otra. Pensé en huir, en no luchar,  en abandonar la batalla, en unirme al otro bando e incluso en un momento dado pensé en quitarme la vida. Hasta que me giré y vi aquella foto. En el retrato aparecían mi mujer y mi hija sonriendo, felices. Me di cuenta de que debía luchar y ser fuerte para salvar mi vida. Por ellas, porque sin sus sonrisas nada era lo mismo. Sabía que vencer sería difícil. Habría más hombres que, como yo, lucharían hasta su último aliento por sus seres queridos, por intentar volver a verlos.

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Los tanques y las armas me rodeaban. Cogí una y miré al frente. Allá en la lejanía podía ver y oír a mis compañeros dando todo en la pelea. Jamás imaginé que me arrepentiría tanto de ser soldado hasta que llegó el momento en que disparé y di a un hombre del bando enemigo, que se desplomó al suelo, ya encharcado en sangre. Así siguieron muchas caras desconocidas, todas tuvieron el mismo final que la anterior. Escuché una trompeta, era extraño. No nos habían hablado de ella. Pero de repente, fue como si mi cuerpo se liberara, tiré el arma al suelo y corrí hasta el campamento base. Pregunté a qué se debía el sonido de aquel instrumento y me dijeron que habíamos vencido. Treinta segundos después todo eran lágrimas de júbilo, sonrisas que ansiaban libertad.

Yo escribo esto desde un rincón del campamento, escondido, intentando olvidar una a una todas las caras de la gente caída por mi culpa y de las familias destrozadas gracias a mi. Intento no pensar en el momento en que una carta llegue a casa de cada uno de ellos, una carta que les de las noticias de que su marido, padre, tío, sobrino, nieto, amigo, ha sido asesinado durante la batalla. No quiero imaginar las caras de toda la gente a la que he hecho daño, en todas las lágrimas que serán derramadas por mi culpa. Pero es inevitable, el sentimiento de culpabilidad me invade, y seguirá dentro de mi muchos años, carcomiéndome por dentro.

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Nunca lo entenderás.


Puede que no sea el momento. Quizá sea tarde, quizá pronto. No lo sé. Pero tengo que decirlo. Siento que tengo que hacerlo. Desde aquel día todo cambió. Bueno, en realidad no fue un día concreto, ocurrió de repente. De repente te veía conectado. De repente me dejaste de saludar. De repente nos fuimos alejando. De repente no soy nada. De repente he desaparecido de tu vida. Pero, ¿sabes qué? No te guardo rencor, ni siquiera te odio un poquito. Sé que tú ahora eres feliz, que tu nueva gente te quiere y te hace reír. Pero quiero que sepas que ninguna de esas personas te va querer nunca como te quería (y de hecho te quiero) yo, que nunca ninguna de esas personas va a sufrir por ti como sufrí yo cuando te vi llorar, que ninguna de esas personas ha dado ni dará todo lo que yo di por ti. De todas formas, te deseo lo mejor. Deseo que me olvides, que me borres totalmente de tu mente y tu corazón. Sé que yo solo fui otra simple amistad más. Y espero que cuando yo definitivamente no exista para ti, me veas, nos encontremos por la calle, que nos miremos y recuerdes vagamente a esa amiga, esa niña de quince años que volcó todo su cariño en ti, que te ofreció su amistad sin límites, que rió contigo, que lloró contigo, que siempre estuvo ahí. Y deseo que me eches de menos, y recuerdes mi nombre, y me busques en cualquier sitio que se te ocurra y no me encuentres… Y que sientas un poquito del dolor que siento yo ahora. Ese que no cuento a nadie por no parecer estúpida, blanda, vulnerable. Ese dolor por sentirme engañada con todos tus “te quiero”, “te amo”, “hermana”, “siempre” que no duraron más de lo que todo el mundo esperaba que duraran, mientras yo tenía una eternidad para ti.

martes, 13 de diciembre de 2011

Feel the freedom.

Al final llegó. En la barandilla de aquel decimocuarto piso, ella sonreía. No estaba segura de si lo quería hacer, pero sentía necesidad. Saber qué sienten los pájaros cuando vuelan, un avión cuando despega... Sentimientos ajenos a cualquier ser humano. El ascenso la llevó una hora de agotamiento, pero una vez arriba descansó, afrontando su destino y su final. Había tenido muchos problemas últimamente… Familia, amigos, instituto y lo que más la dolía, él la había abandonado, se había ido a vivir lejos y la había dicho que no podía soportar la idea de una relación a distancia.

Se asomó y miró hacia abajo, se veía a la gente como pequeños puntos, no se definían las caras. Esa gente no sabía lo que estaba a punto de pasar. Sacó un pie por fuera, la sensación de libertad la abrumaba, aunque sentía un poco de miedo... Por su familia, si lo hace, no cree que la pudieran perdonar nunca. Sacó el otro pie, ahora era el momento. Si lo hacía se libraría de todo, de lo bueno y lo malo. No volvería a sufrir ni a llorar, pero tampoco a reír ni disfrutar... Paró a pensar un momento y cuando estaba a punto de echarse atrás le recordó, recordó esas palabras, las más duras que había oído “esto termina aquí...”. Giró y sacó un pie al vació, luego el otro. Sintió esa libertad que tanto había ansiado. Volar, increíble pero posible, aunque solo fueran unos segundos hasta que terminara su camino, sintió que nada la podía dañar. El segundo antes del impacto se dio cuenta de que la faltaba algo por hacer...

La gente que pasaba solo pudo escuchar un te quiero a voz en grito y encontrar el cuerpo de una chica llorando, con el dedo en la tecla de llamada. Una llamada que él nunca recibirá.